Ilya Ivanovich Ivanov como científico tuvo su reputación algo comprometida y a principios del siglo XX fue uno de los pioneros en el campo de la inseminación artificial, consiguiendo mediante hibridación controlada no sólo mejorar los pura sangre del Zar, sino también algunos curiosos experimentos como fueron el cebrurro o burrebra (o como se llame una cruza de burro y cebra) y cruces viables de bisonte+vaca, antílope+vaca, cobaya+conejo, rata+ratón… en fin, el hombre no paraba de investigar.
En aquellos tiempos tanto la Genética como la teoría de la evolución estaban en pañales, y se sabe que en el Congreso de Zoología de Graz (Austria) de 1910, Ivanov planteó la posibilidad teórica de obtener un cruce de hombre y simio. Pasaron los años, una Gran Guerra en Europa y una revolución en la vieja Rusia.
En 1924 nuestro doctor pidió permiso a los franceses para capturar algunos chimpancés en los territorios del África Occidental francesa, hoy Guinea; permiso que le fue concedido con el beneplácito del Instituto Pasteur, vistos sus éxitos anteriores. Tuvo que ir a Guinea dos veces, porque no encontró chimpancés maduros sexualmente; mientras pasaba el tiempo en París conoció a Serge Voronoff, un cirujano que en aquellos tiempos había alcanzado cierta celebridad con sus terapias de rejuvenecimiento. Voronoff cortaba lonchas finas de testículo de mono y las injertaba a pacientes humanos decrépitos y millonarios, con gran éxito.
Hay que reconocer que creía en su técnica, y llegó a experimentar consigo mismo con xenotransplantes. Entre ambos surgió la idea de extraer un óvulo humano, implantárselo a una chimpancé llamada Nora y fertilizarlo con esperma humano.
Estos experimentos no tuvieron éxito y las dificultades que tuvo para realizarlos le hicieron dirigir sus esfuerzos de vuelta a la Madre Rusia, donde montaría un laboratorio en Abjasia con los chimpancés recogidos en la segunda expedición guineana. Y aquí tenemos participando al gobierno bolchevique. Pronto encontró mujeres voluntarias para ser inseminadas y un nuevo surtido de monos, porque de los 20 chimpancés sólo cuatro habían sobrevivido.
Las pruebas, sin embargo, no progresaban: la población de chimpancés no se aclimataba a la granja de Abjasia y pronto no quedó más que Tarzán, un orangután de 26 años que murió al poco tiempo de una hemorragia cerebral y la mayoría no soportaban el cambio de clima.
Ahora con los avances de ADN y estudios posteriores, seguramente el Doctor Ilya Ivanovich Ivanov no fracasaría, algún rumor en la red se ha escuchado de un doctor holandés que ha retomado la investigación, pero no hay pruebas para afirmarlo.
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